Caer en el abismo es tentador, dejarse llevar por el
torbellino de sentimientos fatales; sin embargo, una vez dentro, es tanto el
dolor que es fácil sucumbir ante ataques de vómito incontrolables.
miércoles, 13 de septiembre de 2017
viernes, 28 de julio de 2017
Los días grises I
En los días grises pueden caer lloviznas que nublan los ojos
o haber un implacable sol aplastando las cosas hasta expandirlas. Los días
grises pueden empezar un lunes a las 4 de la tarde, justo cuando un ave se posa
sobre el techo de al lado y los trastes se amontonan en el fregadero, o un
domingo antes del desayuno, aun a pesar de la tibieza de las sábanas. Un día
gris no avisa su llegada, sólo se inserta en medio de las cosas como una
punzada que va creciendo y entonces todo se detiene, hay un desfase entre lo
que sucede fuera y lo que pasa dentro. Afuera, las labores, las compras, los pendientes,
las sonrisas obligadas, la mesa bien servida, las llamadas, los amorosos besos;
adentro, un cambiante menú de limbos que se superponen como fotografías
instantáneas de la desolación. Es imposible escapar de los días grises, es
mejor no negarlos; conviene entregarse al dolor, a la duda, al miedo, a la
nostalgia… dejarse morder por los dientes de la autocompasión. Finalmente, los
días grises siempre llegan a su fin y otros días, menos pesarosos, comienzan a
brillar.
viernes, 24 de febrero de 2017
Lo leí en sus ojos III
¿Ya dije que soy distraída? Por eso
seguramente dejé las llaves adentro de mi casa antes de ir a la cita fallida, y
ahora ¿cómo podría entrar? El viejo recurso de la ventana abierta del baño me
salvó. Caí de bruces cerca del excusado, cada músculo me dolió en el alma.
Estaba tan adolorida que entré a ciegas a mi cuarto, tratando de deshacerme de
la ropa mojada. Aunque no se distinguía nada, vi brillar en la oscuridad dos
enormes ojos. Fingí no haberlos visto, quizá así desaparecerían. Medio vestida
traté de acercarme al apagador para que la luz extinguiera aquella extraña
visión. La cegadora luz blanca, no obstante, hizo definitiva la criatura
tendida en mi cama, una especie de conejo con una ridícula corona en su cabeza
peluda.
Nada dijo, hubiera sido aún más extravagante que
pudiera articular palabra, pero leí en sus ojos, como en la página de un libro,
que él no estaba ahí para hacerme compañía y que su intención, nada buena, era
devorarme esa misma noche.
viernes, 17 de febrero de 2017
Lo leí en sus ojos II
No dejaba de llamarme, así que finalmente
acepté que nos viéramos. La cita era en el viejo parque del final de la
avenida. Tenía tanta flojera que ni siquiera me quité el pantalón del pijama.
Llegué tarde, pero no tanto como para que ya se hubiera ido, sin embargo, no
llegaba. Finalmente no llegó, entonces ¿para qué tanta insistencia? Una lluvia
menuda empezó a helarme los huesos y yo con medio pijama, plantada y sintiendo
como si fuera devorada por una enorme bruja negra llamada desgracia. Empezó a sonar mi celular, era él. No quise
contestarle, ¿para qué? Las excusas son el discurso de la hipocresía. Total,
esa noche tendría que dormir en calzones.
viernes, 10 de febrero de 2017
Lo leí en sus ojos I
Oculta en el fondo de mi cabeza, nadie puede saber lo que
pienso, menos aún, si acaso pienso o si intento no pensar en nada mientras
escucho necedades. Me refugio en mi propia caja negra donde toda información de
mi vida está encapsulada en fragmentos de memoria dispersos aquí y allá.
Dicen que siempre estoy distraída, yo digo más bien que no
me interesa estar con mis cinco sentidos alertas en un mundo donde todo se
resquebraja a mi alrededor.
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