¿Ya dije que soy distraída? Por eso
seguramente dejé las llaves adentro de mi casa antes de ir a la cita fallida, y
ahora ¿cómo podría entrar? El viejo recurso de la ventana abierta del baño me
salvó. Caí de bruces cerca del excusado, cada músculo me dolió en el alma.
Estaba tan adolorida que entré a ciegas a mi cuarto, tratando de deshacerme de
la ropa mojada. Aunque no se distinguía nada, vi brillar en la oscuridad dos
enormes ojos. Fingí no haberlos visto, quizá así desaparecerían. Medio vestida
traté de acercarme al apagador para que la luz extinguiera aquella extraña
visión. La cegadora luz blanca, no obstante, hizo definitiva la criatura
tendida en mi cama, una especie de conejo con una ridícula corona en su cabeza
peluda.
Nada dijo, hubiera sido aún más extravagante que
pudiera articular palabra, pero leí en sus ojos, como en la página de un libro,
que él no estaba ahí para hacerme compañía y que su intención, nada buena, era
devorarme esa misma noche.