No dejaba de llamarme, así que finalmente
acepté que nos viéramos. La cita era en el viejo parque del final de la
avenida. Tenía tanta flojera que ni siquiera me quité el pantalón del pijama.
Llegué tarde, pero no tanto como para que ya se hubiera ido, sin embargo, no
llegaba. Finalmente no llegó, entonces ¿para qué tanta insistencia? Una lluvia
menuda empezó a helarme los huesos y yo con medio pijama, plantada y sintiendo
como si fuera devorada por una enorme bruja negra llamada desgracia. Empezó a sonar mi celular, era él. No quise
contestarle, ¿para qué? Las excusas son el discurso de la hipocresía. Total,
esa noche tendría que dormir en calzones.
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